Cuando era niña me gustaba cerciorarme de que los adultos me decían la verdad. En general lo que me gustaba saber era si iban a cumplir sus amenazas. Así, un día en que mi madre me dijo que si hacía tal cosa me iba a dar tres correazos en el traste, fui y lo hice. Y cuando me dio los correazos los conté. Fueron tres exactamente. O sea, me había dicho la verdad. Esa vez las cosas no resultaron tan mal. Es decir, lloré un poco, pero eso fue todo. Distinto fue con mi abuelo. Mi abuelo materno. Yo no lo conocí mucho, porque dejó a mi abuela cuando yo era niña aun. Por lo que los recuerdos que tengo de él son bastante vagos. Todos excepto uno. El recuerdo del día en el que su hijo mayor lo echó de la casa. Andaba yo con esa idea de comprobar si los adultos me decían la verdad y se me ocurrió ponerlo a mi abuelo a prueba. Me había dicho que tenía estrictamente prohibido tocar sus plantas, a las que quería más que a nosotros, por lo visto. Si me atrevía a tocarlas, me iba a sacar la mugre, amenazó. La cuestión es que busqué la hoja más pequeña que pude encontrar en una de ellas y se la saqué. Esperé todo el día a que llegara, para ver si efectivamente me sacaba la mugre. Cuando llegó, lo primero que hizo fue revisarlas. A los segundos después se levantó enfurecido. Colérico. Yo me asusté tanto que subí corriendo a esconderme detrás de mi abuela que estaba en el segundo piso, en su dormitorio. Mi abuelo comenzó a gritarle que se quitara. Como mi abuela no se movió, sacó una pistola de alguna parte y disparó desde la puerta. El tiempo pareció detenerse. La imagen está grabada en mi mente como una foto. Mi abuela y yo gritamos. Y solo porque Dios es grande, decía después mi abuela, la bala no salió. No recuerdo como se armó la trifulca, pero si sé que mi tío lo agarró y le dijo que se fuera. Y así lo hizo. Mi abuelo tenía otra familia. Otra mujer y otros dos hijos. Así que irse no le costó mucho. En realidad yo creo que le facilitaron las cosas. Lo extraño para mi, era que después de haberse ido, mi abuelo seguía visitando la casa. Especialmente a la hora de almuerzo.Trabajaba cerca y mi abuela nunca fue capaz de negarle un plato de comida a nadie, menos a él. Después de semejante episodio, nunca más hice el experimento aquel de cerciorarme de si los adultos me decían la verdad. Lo que no significa que luego de lo que pasó no volviera a dudar de ellos ni de sus amenazas. Solamente aprendí a quedarme con la duda. Lo más sensato, ¿no creen?.
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