Escucho a mi hijo mayor reírse en la otra habitación. Mi hijo menor anda en Santiago visitando a su tía y primos paternos. Lo extraño. Pero creo que debo aprender. Debo aprender a soltar un poco el cordón. Soltarlo, porque creo que el cordón nunca se corta. Al menos no en algunos casos, o no por ambos lados, al menos. No sé si será saludable o no. Los expertos dicen que no. Los expertos de ahora. Digo de ahora, porque creo que antes no fue así. Al menos no es lo que yo recuerde haber visto durante mi infancia en la casa de mi abuela. Ver a mis tíos y a sus familias amontonarse porque ella hacía espacio donde fuera ya que la plata no les alcanzaba para tener sus propias casas. Por lo menos el cordón no se rompió por su lado, por el de mi abuela. Y creo que, durante ese tiempo, tampoco se había roto por el lado de mis tíos. No tengo idea de por qué las cosas cambiaron. O sea, me lo puedo imaginar, pero no estar segura. Lo que me imagino es que al aumentar el poder adquisitivo, los jóvenes y nuevas parejas, tuvieron acceso a eso que antes era imposible conseguir, al menos para la inmensa mayoría. Tal vez inmensa es una exageración. Así que digamos que para la mayoría, solamente. Y de a poco las casas de los padres fueron quedando vacías y las ampliaciones ya no sirvieron para nada. Y las madres, dueñas de casa principalmente, se quedaron con el cordón en las manos. Porque recuerdo que cuando yo era chica, muchas de las mujeres de la edad de mi abuela eran dueñas de casa. No como ahora. Las dueñas de casa cada vez somos menos. Y las dueñas de casa que disfrutan de serlo, menos aun. Así me lo han hecho saber algunas mujeres que he conocido. Que las dueñas de casa están en extinción y que si bien respetan mucho su opción, no hay como tener tu propia plata. Que pena que muchas cosas ahora se reduzcan solamente a eso, a la plata. A papeles y metales de bajo costo. Hay veces en que me quedo mirando las monedas y los bolletes hasta que me ocurre lo mismo que cuando repites una y otra vez la misma palabra. Pierden sentido y termino viéndolos de la misma manera en que se ven los billetes del Metropolis, o Gran Ciudad o Monopoly. Me pasa también con algunas personas. Las miro tanto rato, que al final también terminan pareciéndome de mentira, como de juguete, ellos y sus vidas. Y me da un poco de miedo. Porque pienso que si seguimos así, en algún momento, terminaremos todos siendo de juguete. Pero entonces recuerdo que hay personas que aun siguen siendo reales, que aun tienen alma y a los que les importa muy poco lo que nos ofrece la sociedad de hoy en día. En fin, en vista y considerando que ésto ya pasó a ser una divagación que no va hacia ninguna parte, mejor la dejo hasta aquí.
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