Era verano. Pleno verano. Estábamos sentados en unos asientos de madera. Uno al lado del otro. Hablábamos mientras mirábamos el atardecer. Recuerdo que me contaba anécdotas graciosas y yo reía. Nunca lo había sentido tan cerca, excepto la vez en la que anduvimos en bicicleta. Yo quería que la hora no avanzara, pero lo hizo. Como lo hace siempre la hora. Como lo hace siempre el tiempo. Eran exactamente las diez cuando me dijo que tenía que irse. Nos despedimos. Justo en ese momento la luz del sol se perdía por completo en la Cordillera de la Costa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario