En la Comunidad todo era diferente. Las puertas se dejaban sin llave, las personas no decían malas palabras, los jóvenes y las señoritas se comportaban decentemente, no se mentía, etcétera. Pero de un día para otro, algo cambió. Cosas comenzaron a desaparecer. Una bufanda, un par de jeans, un par de calcetines. Desaparecían de los tendederos o de la lavandería. Al principio todos pensaron que se trataba de una confusión entre las ropas de unos y de otros, pero luego se dieron cuenta de que todo se había perdido. Entonces empezaron las investigaciones, en las que yo participé activamente, ya que entre todo lo extraviado, estaban mis zapatos de colegio. Como ya he dicho antes, mis papás no contaban con muchos recursos para vivir, menos para comprar un segundo par de zapatos durante el mismo año. Pero no eran solamente los zapatos. Lo peor era que, dentro de los zapatos, iban mis plantillas. El médico me las había recetado hace poco, porque nací con las piernas chuecas. El problema fue que ese par de plantillas, fue el único par que tuve en la vida, así que las piernas no se me enderezaron nunca. Es por eso que se me juntan las rodillas. Para corregir la postura, cargo los talones hacia afuera. Esa es la razón por la que me cuesta tanto cambiar de zapatos y ocupo siempre los mismos una vez que los amanso, como se dice. Pero me desvié del tema o hice un pequeño paréntesis, como quieran. Lo que sucedió con la extraña desaparición de las cosas, fue que finalmente se descubrió que el ladrón era uno de los estudiantes de una de las escuelas impartidas por la Misión. Lo que pasó fue que el estudiante comenzó a aparecer vestido con las prendas que se habían perdido y al ser encarado alegaba que ellas siempre habían sido suyas. Al final resultó que el tipo era cleptómano, así que le pidieron que devolviera lo que se había robado y lo echaron. Desgraciadamente, de mis zapatos y de mis plantillas no se supo nunca más. Consulté hace unos años a un traumatólogo para ver si había algo que se pudiera hacer con mis rodillas, pero a estas alturas ya no hay caso, según lo que entendí. Así que tendré que esperar a que la suela de mis zapatos nuevos se gaste para que así las piernas me queden parejas otra vez y deje de andar enredándome con mis propios pies.
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