lunes, 6 de julio de 2015

Replay

Hace días los vi. Pensé que eran dos estrellas que cambiaban de lugar. Tuve miedo. Creí que alucinaba nuevamente. Entonces me dijeron que no, que eran dos planetas. Recién esta noche lo supe. No recuerdo los nombres. Pero no es tan importante, porque ahora sé que no soy la única que los ve. Caminé mirándolos hasta que tomé el colectivo. Llegué a la estación. Esperé el metro. Me subí en el primer carro. No había mucha gente, así que me senté. Luego, en el asiento del frente, se sentó un hombre. Lo miré a los ojos. Se veían cansados. No cansados de juerga. Cansados de trabajo, de insomnio. Estaban enrojecidos, incluso. Cabeceó un par de veces. Unos minutos después me bajé en Los Héroes para hacer trasbordo. Ahora si había gente. Me paré junto a la puerta. De pronto, de la nada, recordé mi argolla de matrimonio y la extrañé. No su significado ni nada parecido. Extrañé solamente la argolla. El anillo. El cintillo de oro siempre en mi dedo anular izquierdo, por un poco mas de diez años. Siempre en mi dedo, porque no me lo quitaba ni para dormir. Tal vez por eso lo extrañé y lo extraño a menudo. Esa sensación. Esa molestia a la que uno se acostumbra. Pensaba en eso cuando me di cuenta de que había programado una de las canciones de mi lista de reproducción para que sonara una y otra vez. 



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