Pensé que se había perdido, pero hace un par de días, revolviendo unos papeles, encontré una copia. Una copia del diario que comencé a escribirle a mi hijo mayor, apenas supe que estaba embarazada de él. En ese tiempo trabajaba como secretaria en el Centro de Estudios Públicos y como disponía de un computador, aprovechaba algún momento en que no hubiera nada que hacer, para ir contándole algunas de las cosas que iban sucediendo mientras lo esperábamos. No son muchas páginas, no fui lo suficientemente constante como para terminarlo, pero varias cosas quedaron registradas en el. Cosas sencillas, como por ejemplo el color de la pintura con la que pintaríamos su habitación, la primera ecografía, el por qué elegimos el nombre que lleva. Pequeñas cosas, pero muy significativas. Hoy le pregunté si es que le gustaría leerlo. Me dijo que sí, un poco con interés, un poco por obligación. Un rato después abre la puerta de mi dormitorio y entra llorando a lágrima viva. Me abrazó y me dijo que había sido tan bonito leer el diario. Me agradeció. Me dijo que me amaba. No paraba de llorar, no dejaba de abrazarme. Y volví a sentirme un poco como cuando estaba embarazada, tan cercana a él, tan unida a él...
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