viernes, 9 de diciembre de 2016

A flor de piel

¡Un coctel de emociones, por favor!, gritó desde el fondo de las entrañas. Luego sacó una pequeña libreta en donde anotó: No pude ser que todo tenga que estar tan normado. No puede ser que no quede espacio para el desorden. Sorbía de a poco la cerveza, mirando por la ventana. Las veredas contienen cientos de personas, dijo en voz baja. Siguió mirando por la mirando hacia afuera, mientras pensaba. ¿Qué pasaría si llegara, la tomara por la espalda, le besara el cuello y la hiciera volver a sentir mariposas volar dentro de su alma?. ¿Si la hiciera volver a volar como a un corazón coraza?. Volvió a fijar la mirada en la libreta y siguió escribiendo: Las emociones merecen poder brotar a su antojo. Se las debiera dejar apoderarse de los pies, los tobillos, las pantorrillas, los muslos, el vientre, el pecho, la garganta, la pera, la boca, los ojos, las orejas, la nuca, la espalda y las manos. Las yemas de los dedos. Dio vuelta la hoja y continuó: ¡No a los celos!, porque son duros como el Seol. Pero, también aderezan la vida, ¿o no?. ¿Acaso no logran hacer que la sangre nos hierva dentro de las venas?. ¿Acaso no logran que nos hagamos dueños de una energía brutal que nace en la base de nuestro estómago y sube hasta alcanzarnos el corazón?. ¿Acaso no logran robarnos el sueño?. Se mordió el labio. Malditos celos que le brindan minutos de vida a mi muerte, susurró. Tomó lo que le quedaba de cerveza. Si sé, estoy divagando, yendo de un lado para otro. Mejor me voy, se dijo. Sacó la plata de su bolsillo, pagó la cerveza, guardó la pequeña libreta celeste, el lápiz de tintagel verde y salió a las veredas que contenían cientos de personas...



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