viernes, 25 de noviembre de 2016

Incosnciencia

A veces no había nada para ponerle al pan, entonces me enseñaron a remojarlo en el té. Y yo metía los trozos de marraqueta, sin entender mucho de qué se trataba la pobreza. El pan se iba humedeciendo y las migas se desprendían de a poco, acumulándose en el fondo de la taza. Otras veces no había margarina, pero había aceite. Entonces se agregaba una pequeña cantidad a la sartén, las hallullas se partían por la mitad y se ponían a dorar. Luego se las espolvoreaba con sal. Cuando no había té, quemaban azúcar en una cuchara y la disolvían en agua caliente. Esto le daba sabor y color, lo que provocaba la sensación de no estar tomando agua pelada. En esto consistían, generalmente, las onces en la casa de mi abuelita. Pocos son los recuerdos que tengo de haber comido mantequilla, queso o algún tipo de fiambre con el pan. O haber tomado leche, o café. Qué decir de un pastel o  un trozo de queque. Pero, como dije antes, yo no entendía mucho de qué se trataba la pobreza. Yo era una niña y era feliz. 

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