Bajé al centro a ver a una amiga. Tenía la intención de irme caminando, pero como llovía, preferí tomar un colectivo. Además iba un poco atrasada, así que pensé que era lo mejor. Pero de todas maneras llevé mi paraguas, ese verde que compré el otro día, por si acaso. Cuando salí de la casa de mi amiga, la lluvia había disminuido bastante, así que opté por venirme a pié. Además corría viento y el viento sí. Puedo tratar de esquivar la lluvia, pero el viento es otra cosa. Y es que me fascina. Eso que tiene de meterse por donde nadie lo llama, así descaradamente y sin permiso, me produce una sensación de agrado especialmente deliciosa. Había comenzado hace poco el retorno, cuando comenzó a llover más intensamente, por lo que abrí mi paraguas. A la primera ráfaga quedó deshecho. Como ya había avanzado un buen trecho, decidí seguir adelante y mojarme aunque no me guste. Sucedió entonces que llegué a mi casa bastante empapada, pero no tan desagradada como lo había pensado. No sé por qué, pero caminar hoy bajo la lluvia, fue inesperadamente refrescante.
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