Hace tanto tiempo que no utilizo este blog como diario, que me resulta un poco extraño volver a hacerlo, pero hace rato que la idea me anda rondando y... Ni siquiera tengo una clara noción acerca de qué es lo que quiero decir, pero se me agitan las ideas y los dedos me piden palabras. Tal vez podría partir diciendo que estoy de vacaciones en Santiago hace casi ya un mes. Que falta poco para que vuelva a mi casa y aun menos para regresar a la rutina de mi vida diaria. Es extraño como al sentir que se termina el verano, la vida se me va poniendo cuesta arriba y percibo una leve angustia cuando pienso en lo que me espera. El otoño y el invierno solían ser mis estaciones favoritas cuando era adolescente. Los días grises y en especial los lluviosos, eran los más esperados. Y es que en esa época, la melancolía no me molestaba en lo absoluto, al contrario, la disfrutaba al máximo. Ahora, después de muchos años y una cantidad no menor de sucesos bastante tristes, la melancolía ya no es tan de mi agrado. Es más, prefiero evitarla, dentro de lo posible. La cosa es que tengo la sensación de haber caminado a través de un oscuro túnel durante bastante tiempo, túnel del que he logrado salir no hace mucho y al que no quiero volver, ojalá nunca. Es por eso que me gustaría que mis veranos fueran eternos, que la primavera durara para siempre y el sol brillara sobre mi cabeza todos los días. Un imposible, claro está. Entonces no me queda más que ahorrar verano para el invierno. Llenar mi alma con el amor y el cariño de quienes me aman y me quieren. Juntar abrazos y risas, para abrigarme con ellos durante la otra mitad del año. Ahorrar energía para subir la cuesta con éxito y recibir la próxima primavera con los brazos abiertos.
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