De niña tenía la costumbre de andar descalza en verano. Me gustaba sobretodo caminar sin zapatos por el segundo piso de la casa de mi abuela, ya que el suelo era de baldosas y siempre estaban heladas en los días de calor. Uno de esos días una de mis tías, tenía conectado algún aparato eléctrico a un alargador. En ese tiempo no existían lo que hoy se llaman "zapatillas", por lo que la conexión era directa. Mientras jugaba en uno de los dormitorios, el alargador que estaba a mi lado, se desconectó y mi tía me pidió que lo enchufara. Como yo era bastante pequeña en ese entonces, mis dedos eran muy delgados y al conectarlo al enchufe, los metí entremedio. Y claro, como andaba a pies pelados, me dio la corriente. Fue una fracción de segundos, pero la sentí fuerte. Es raro, pero no me dolió. No. No fue dolor lo que sentí, sino una sensación muy extraña, una de las más extrañas que he sentido en mi vida. No lo puedo definir, no sabría explicarlo. Lloré un poco, por la impresión yo creo. Desde ese entonces, cuando alguien me pregunta si tengo el pelo rizado por haber metido los dedos al enchufe, le contesto que si.
"Dejo por escrito que no he mentido ni desmentido a pesar de otras verdades. Dejo por escrito que si he mentido ha sido a mi misma y no me he dado cuenta. Dejo por escrito que no quiero ser víctima de los juegos de las trampas de mis juegos implacables. La luna tiene dos caras y esconde una y nadie la tironea ni la acosa. Y siempre tan alta, tan blanca, tan distinta" La Luna, Esteban Navarro